Tras los pasos de la feminidad “¿perdida?”



¿Qué significa ser  mujer en la actualidad?


Tradicionalmente, la identidad femenina estaba asociada principalmente a la maternidad. Algo que desde hace un tiempo comenzó a cambiar, pero aún falta mucho.
Todavía seguimos siendo las mujeres las principales responsables de las tareas del hogar y, especialmente, en el cuidado de los hijos y de los enfermos o discapacitados.
Si bien nacemos con un cierto sexo, esta característica biológica de los cuerpos no nos convierte automáticamente mujeres, también “aprendemos” a serlo.
Ser mujer -o ser varón- es una construcción atravesada por procesos culturales y sociales.
En general, de las mujeres todavía se espera que seamos delicadas y obedientes, y que durante la adultez nos casemos, seamos madres y asumamos la mayoría de los quehaceres domésticos, incluidas la crianza de los hijos y el cuidado de personas mayores o enfermas.
En este sentido, vemos que aún se define la feminidad en función de las responsabilidades tradicionales.
Entonces, en ocasiones ser mujer para algunos y algunas es usar maquillaje y mirarse al espejo antes de salir, ser coqueta, dedicar unos minutos diarios a arreglarse, tener pechos y curvas, ser sensibles, ser o querer ser madre, ser débil, frágil, perceptiva, intuitiva, compasiva.
Pero, ¿realmente estas características “definen” a las mujeres?
La educación, los mandatos paternos y maternos constituyen las bases para definir quién será mujer y quién varón, pero también determinan cómo deben ser y qué se espera de ellos.
A las mujeres se nos “permite” ser suaves, amorosas, complacientes, atentas, sumisas, sensibles, bonitas y jóvenes...
Sin embargo, no hay una sola manera de ser mujer, sino que hay muchos modos de serlo. Cada época genera expectativas y normas relacionadas con las mujeres, pero no tiene nada que ver con una “naturaleza femenina”, así como tampoco existe una masculina.
Una célebre frase plantea que “No se nace mujer, se llega a serlo”.
Ser mujer, entonces, se trata de una construcción cultural que cambia con el tiempo y el lugar y que se ve influenciada por nuestras vivencias y por lo que aprendemos desde que nacemos.
El concepto actual de feminidad se asienta sobre unos patrones de modelo de mujer ideal basado en el punto de vista del hombre.
Esta mal entendida feminidad, no es más que una idea superficial, pues no puede medirse a una mujer por la cantidad de pintura que lleve en el rostro o por el tamaño de su escote. La feminidad  va mucho más allá de lo que marquen las modas o de la altura que puedan tener unos tacones. Para ser mujer no hace falta demostrarlo a cada paso.
La feminidad se lleva por dentro y no debe limitar la libertad de las mujeres, sino hacerlas más libres.
Como reflexiona la psicóloga latinoamericana María Pilar Ivorra.
 “Dónde nos perdimos las mujeres? ¿En “un mundo de hombres”? ¿Nos hemos masculinizado, perdido y enredado en las formas y las actitudes? ¿Cómo ha influido esto en los hombres?
   Por un lado, a los hombres se les educa reprimiendo sus emociones, y por otro, se les exige ser sensibles y demostrarlo. Y lo que es más importante: ¿qué hacemos ahora para volver a conectarnos con nuestra feminidad perdida?
     Reconquistar los atributos de la feminidad, tanto para nosotras como para ellos, es una tarea que toda mujer debe plantearse con cierta urgencia y que, con una buena guía, es una labor fácil, bonita y “disfrutable”.
     Recobrar la inocencia y la dulzura de lo femenino, la ternura, la capacidad de entrega, la fluidez, el poder de la creatividad, la comunicación sincera y tierna; sustituir la crítica y la competencia entre nosotras por el compartir y el apoyo mutuo, rescatar en definitiva la esencia y el valor de lo femenino verdadero.
       Volver a sentir, a sentirnos y volver la mirada hacia adentro viendo lo que realmente somos.
         No los prototipos publicitarios que nos dictan cómo debemos ser como hombres y mujeres, sino redescubrir lo que verdaderamente somos, seres que sienten, que se asustan, que tienen la capacidad de sufrir y de ser felices, de amar y de sentir placer, dolor, angustia, alegría… cada cual a su manera especial y única.
       Conectarnos con nuestros gustos, nuestros temores, nuestras capacidades, nuestro poder personal, nuestras limitaciones. Reconocerlo todo, abrazar la totalidad de lo que cada uno es y vivir, trabajar, relacionarnos, amar, comunicarnos, con todo ello, plenamente.
      Revindicar las diferencias como enriquecedoras y salir de un alineamiento que quiere imponernos cómo debemos vivir, vestir o lo delgadas que tenemos que estar y lo que nos tiene que gustar o no gustar, incluso lo que “debemos sentir” en cada circunstancia y cómo comportarnos.
       Tenemos derecho a reconocer que, en algunas cosas, somos diferentes, aprender a gestionar las diferencias, a enriquecerse de ellas y a complementarse.”
En fin, que como ya dijimos, no hay un modelo exacto de ser mujer, como tampoco hay uno de ser hombre. Si eres mujer te recomendamos sentirte orgullosa de esta condición y no renegar de ella. Tener un comportamiento adecuado es lo que realmente nos hará más hombres o más mujeres.

  

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