¿Somos vulgares los cubanos?
Mucho
se habla en los últimos tiempos de la vulgaridad, fenómeno que la mayoría de
las personas relacionan principalmente con los adolescentes y jóvenes.
Este
es un tema muy sensible que nos involucra a todos.
A
cada paso hoy por hoy podemos encontrarnos con manifestaciones vulgares como la
chabacanería, las palabras obscenas, el vestuario inadecuado y otras
situaciones de mal gusto.
Del
latín vulgaris, vulgar es alguien o algo perteneciente o relativo al vulgo (el
común de la gente popular).
El
concepto hace referencia a aquello que es impropio de personas cultas o de
buena educación.
La
vulgaridad ocupa cada vez mayores espacios sociales. Desde el trato entre las
personas hasta la vestimenta; desde el lenguaje hasta las expresiones
corporales (gestos, formas de caminar y recursos extralingüísticos); desde el
engolamiento de la voz hasta los marcos de convivencia intervecinales.
Ahí
están, como el pan nuestro de cada día, los gritos de esquina a esquina, las
malas palabras en voz alta delante de niños y personas mayores, la música a
todo lo alto y desde la mañana a la noche, los grupos de personas borrachas en
los portales...
La
vulgaridad es rechazo a la convivencia pacífica, a la tolerancia, a la
cordialidad, a lo mejor de nuestra cultura.
Si
prestas atención presenciarás actitudes iguales o peores que estas en la
cotidianidad.
Imagina
esto: El médico que te atiende, al auscultarte pone cara de preocupado y dice: “Estás
embarca´o, mi socio. Estás pa´ ñampe, tienes un pie aquí y otro en el
cementerio. Tumba que tú no tienes arreglo”.
¿Qué
dirías si el arquitecto de la comunidad se expresara de la siguiente manera
sobre tu casa?: “Esto es una choza. ¿Quién va a vivir en esta basura?”.
O
mientras escoges una pieza de ropa tu mamá te apura: “Dale, mi´jito, coge esa
misma que no estoy pa´ hacerte media”.
¿Cuántas
veces no te has topado con una persona grosera? ¿Cuántas veces en una parada o
un medio de transporte colectivo has escuchado frases aun más fuertes?
Lo
más triste es que la mayoría de nuestros jóvenes considera que esto es lo
normal en la sociedad.
El
cubano y el songomayense, siempre ha sido bromista y jaranero; es una
característica que nos tipifica. Puede que sea un don o, mejor aun, la
materialización del refrán popular “al mal tiempo buena cara”.
Sin
embargo, todo tiene un límite, pues no es lo mismo un chiste “ingenuo” y
espontáneo, que adoptar comportamientos abiertamente vulgares. Esto, unido a la
pérdida de valores éticos y educativos, se hace cada vez más común.
Los
cubanos debemos seguir siendo simpáticos, solidarios, graciosos, pero no
chusmas.
¿Qué
trabajo cuesta expresarse correctamente, sin dejar de ser cómico? Ser gracioso
sin groserías es posible, ejemplos hay de sobra, se pueden tocar todos los
temas, hasta los más atrevidos, sin vulgaridad.
¿En
cuántas ocasiones has presenciado o protagonizado claras muestras de vulgaridad
y nadie ha parecido notarlo?
Cuando
algo se hace común es como si ya lo diéramos por sentado, y desde luego,
legitimado y correcto. Sin embargo, hay que ponerle un alto.
De
esto se culpa en parte a los medios de comunicación, a los artistas, a las
letras de muchas canciones, pero también puede decirse que están implicados
todos los sectores de la sociedad y, principalmente las escuelas y la familia.
Si
no se actúa contra sus causas de fondo, las manifestaciones vulgares no
desaparecerán por decreto, pues ellas son la expresión de una época, de una
sociedad con valores en crisis y de una educación todavía débil.
Si
lo vulgar y lo chusma se imponen, podemos decir adiós al diálogo, a la
delicadeza, al respeto. La vulgaridad convierte a sus seguidores en personas
insensibles, incapaces de apreciar las cosas nobles y valiosas de la vida.
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