Vilma: más allá de la memoria y el tiempo
Hubieras
podido cumplir 84 años, pero tu presencia no deja de habitar en la cotidianidad
de la mujer cubana: en las arrugas cariñosas de nuestras abuelas, a quienes la
edad no les impide ser útiles y activas; en la entrega infinita de una madre;
en las manos incansables de las trabajadoras y amas de casa; en el sacrificio y
la exigencia de las dirigentes y en las esperanzas de cada joven que se lanza a
la conquista de un sueño.
Agradecemos
a tus padres, al calendario, a la historia o al destino por haberte traído al
mundo como mujer santiaguera, esa que no se sabe si por tradición o casualidad
lleva en su sangre la disposición para el sacrificio y todo el coraje de su
tiempo.
Aún
nadie podía pronosticarlo, pero desde aquel 7 de abril de 1930, esa fecha dejaría
de ser un día común, tú te encargaste de demostrarlo. Despuntaste en tu época como
relámpago entre las multitudes. Al parecer se te concedieron todas, o casi
todas la virtudes: inteligencia, honestidad, sencillez, sentido de la justicia,
deseo de superación, sensibilidad, carisma, valor, tenacidad, constancia,
capacidad de querer incondicionalmente a los demás. Pudiera enumerar muchas
otras pero te resumo en una: excepcionalidad. Solo se te podía comparar contigo
misma, estabas en la cumbre de una generación que desafió a los opresores y
encabezó la vanguardia revolucionaria de aquellos años.
Bailarina,
deportista, dirigente estudiantil, luchadora incansable contra la
discriminación, ingeniera, abanderada de la ruptura de esquemas, siempre te
impusiste a limitaciones y prejuicios, y eso lo recalcaste cuando te uniste a
la clandestinidad, y fuiste cómplice de aquel 30 de Noviembre en que Santiago
se vistió de verde olivo.
Dicen
que la memoria es la dueña del tiempo, y así se te recuerda como heroína perenne
de la sierra, protectora de la guerrilla rebelde, luz inextinguible del II
Frente, y después madre y guía de las mujeres cubanas. Compañera, hermana,
amiga, maestra, la primera de las federadas, promotora de los círculos
infantiles, señora sin tacha y sin miedo, defensora sin desmayo de los derechos
de las féminas y de su inclusión en todas las esferas de la sociedad.
Tu
voz vibrante se alzó en las Naciones Unidas, en la Asamblea Nacional, en foros
y Congresos internacionales como representación altiva de una realidad nueva
con proa al socialismo. Fundadora de la Revista Mujeres, de la Editorial de La
Mujer, de las Casas de Orientación, líder del pensamiento progresista femenino.
Digna merecedora del título de Heroína de la República y de las órdenes “Ana Betancourt”
y “Mariana Grajales” otorgadas por el Consejo de Estado.
Disculpa
que se me queden tantos y tantos de tus méritos por mencionar, espero poder ser
absuelta por tu comprensión.
Jamás
olvidaré aquel día en que llegaste a mi escuela, la secundaria Miguel Domínguez
de Alto Songo, para declararlo centro cultural más importante de la localidad,
y así pude conocerte, y ser testigo de tu ternura y sabiduría, por eso conservo
el recuerdo de tu abrazo, y una foto donde junto a tu estatura de niña, se
quedaron impregnadas tu sonrisa y la bondad de tus ojos, que parecían
acomodarse exactamente en cada trozo del paisaje de mi pueblo.
Quizás
la rutina de las cubanas de ahora, ocupadas en el legado que les dejaste al
convertirlas en protagonistas de la vida del país, no les permita recordar,
aunque sea cuando el día se apague, que hoy celebran el cumpleaños de quien
sigue siendo paradigma de mujer y dignidad.
Sin
embargo, cuando practiquen la posibilidad de compartir con su pareja las tareas
domésticas; cuando la maternidad no les impida reincorporarse al acontecer social,
o cuando marchen seguras de sí mismas a dirigir colectivos, a recibir
reconocimientos por sus méritos, a prepararse para hacer lo que más disfruten
en la vida, entonces quizás en sus miradas se refleje una veta de gratitud a
esa cigüeña de los cuentos que un 7 de abril, te dejó para siempre entre
nosotros.
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