¿Violentos por tradición?: No lo creo
Por
una cuestión de estereotipos y quizás por el llamado fatalismo geográfico, los
songomayenses somos vistos en otras partes de Cuba como personas alegres,
fiesteras, pero también tomadoras, impulsivas y violentas, lo cual no debe ser
bien asimilado por ninguno de los que vivimos en este municipio.
Ser
un pueblo de guapos no resulta un calificativo para nada agradable, y tener esa
fama en el resto del país es un estigma que se puede borrar si hay una
modificación radical de conductas.
No
estoy dando por sentado que lo que se dice sea del todo cierto, sin embargo, en
nuestra cotidianidad son comunes las muestras de comportamientos agresivos
protagonizados por adolescentes, jóvenes, adultos y hasta niños o ancianos.
El
fenómeno adquiere mayores dimensiones si se mezcla con el consumo de bebidas
alcohólicas, algo que ocurre con frecuencia durante las fiestas de los fines de
semana, o en distintos espacios recreativos.
Y
es que algunas personas piensan que la mejor manera de resolver conflictos o
como dicen por ahí, “ajustar cuentas” es a través de los puños o la agresión,
esto empaña cualquier actividad y causa numerosas consecuencias, como daños
físicos y psíquicos.
Sin
embargo, en nuestro entorno, son más comunes la violencia de tipo emocional y
la verbal, aunque generalmente pasen desapercibidas.
No
es raro tropezarse en el recorrido de una calle, o en cualquier centro
recreativo, con innumerables muestras de ellas. Por ejemplo los insultos, las
palabras obscenas, las humillaciones, los regaños, los gritos, las críticas
destructivas, las imposiciones, los reclamos, las amenazas, las burlas…
En
todo eso, mucho tienen que ver los patrones que se han transmitido en estos
últimos años y cómo la mayoría de los valores puros ha cedido lugar a la
preponderancia de valores materiales. Otro de los factores que influye en la
aparición de los comportamientos violentos es el machismo excesivo, que está
directamente relacionado con los celos y las agresiones a las mujeres o a los
homosexuales.
También
el estrés, en muchas oportunidades, puede hacernos decir cosas con una alta
carga de agresividad.
La
violencia afecta la autoestima y la seguridad en uno mismo, destruye las
relaciones interpersonales, puede ocasionar la pérdida de amistades, de la
pareja y dañar los lazos familiares. Genera traumas, enfermedades, incapacidad
y discapacidad y hasta muerte. También pude traer problemas judiciales y sanciones
que marcan para toda la vida.
Este
es un problema de toda la sociedad, y hay maneras de prevenirla, así como
acciones para apoyar y proteger a las víctimas y otras para denunciarla. Para
su prevención es necesario construir y desarrollar relaciones basadas en la
igualdad y el respeto mutuo. En todo esto tienen un papel esencial la familia,
la escuela y la comunidad, principales agentes formadores de la conducta.
Es
necesario desarrollar una educación que promueva comportamientos que no
discriminen. Y en el caso de la familia, se requiere formar a las nuevas
generaciones evitando el castigo físico y el maltrato verbal y psicológico,
utilizando el diálogo como la principal manera de entendimiento dentro de la
casa.
Hay
que aprender que ante una provocación, en lugar de responder de la misma forma,
hay que hacer un alto, puesto que la violencia es como una bola de nieve, cada
vez se hace más grande.
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