¿Dónde ha quedado la educación formal?




En reiteradas ocasiones se escuchan críticas referidas a modales incorrectos asumidos por adolescentes y jóvenes.
Desde alborotos en guaguas y otros medios de transporte, uso incorrecto del uniforme, lenguaje chabacano, chistes y gestos groseros, hasta faltas de respeto y escasa colaboración con mujeres, impedidos y ancianos…
La relación pudiera extenderse. ¿Quién no ha presenciado situaciones que ponen en tela de juicio la educación recibida por estos?
Y aunque tales comportamientos no les son exclusivos a ellos, sí suelen incurrir en este tipo de faltas con gran  frecuencia.
Los hábitos de conducta social son conservados, transformados y trasmitidos de generación en generación. Ellos constituyen modos de actuar, formas de cortesía y respeto. Manifestaciones de la cultura que se han asentado sólidamente en nuestra conducta.
El interés por la enseñanza de los buenos modales y el dominio de prácticas elementales de educación formal han preocupado en todos los tiempos. Se habla, incluso, de extremos como la expulsión de los nobles en las cortes europeas cuando no se inclinaban en el ángulo correcto para hacer una reverencia.
Al problema de la educación formal  nuestro país concede gran importancia. Sin embargo, aunque se realizan esfuerzos para lograr un panorama positivo, queda muchísimo camino por recorrer.
Para alcanzar este objetivo es necesario el aporte de todos, incluyendo a esos que, a veces hasta de manera injusta, arremeten contra la juventud, como si estuvieran libres de responsabilidad.
No podemos ignorar el tema en los ámbitos sociales  y familiares, pues estamos obligados a trabajar y tomar conciencia profunda del asunto.
La enseñanza y puesta en práctica de correctos hábitos formales debe ser una constante en nuestro actuar cotidiano. De igual manera  que a un niño se le enseña a caminar, a comer o hablar, se le debe enseñar a saludar, a agradecer, a pedir disculpas y a ser amigo y solidario.
 Ya sabemos, que los tiempos cambian, que los niños, adolescentes y jóvenes de ahora no son los de antes, ni los padres tampoco, pero la educación es la educación, el respeto es el respeto, y eso no cambia…y mucho menos, cuando estamos conscientes que la educación reúne una serie de normas para bien de la convivencia social.
En los lugares públicos, los espectáculos, la calle, los medios de transporte, se hace necesario observar las normas que faciliten de manera atractiva la convivencia entre todos. Ver, por ejemplo a una joven o a un joven,  ayudar a una anciana a cruzar una calle, o a un ciego, orientarlo en su camino. O que los hombres sean corteses con las compañeras, les den la mano para ayudarlas a bajar de la guagua, les carguen los paquetes…
Sin embargo, esos gestos tan sencillos se han perdido en una gran parte de la población, muchos han olvidado qué es la galantería, una cualidad muy apreciada por las féminas.
Se debe prestar atención a la forma de responder a una pregunta, al  tono de la voz, a la  manera de saludar o despedirse, y evitar el uso de malas palabras, y otras actitudes inadecuadas que ha veces producen rechazo y malestar.
También la gritería, los arrebatos de ira, la violencia, son conductas inaceptables. Hay que saber compartir con los demás en los distintos lugares donde estemos.
Todos debemos evitar actitudes como rayar un ómnibus, ser el centro de una fiesta o vociferar en lugares públicos. Estas son conductas que evidencian malos modales y no pueden asumirse como una cuestión de ajustarse a la época o de estar a la moda.
No importa que razón demos, no debe existir pretexto alguno para hacer a un lado los hábitos de educación formal.

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